La adolescencia es una época de muchos cambios físicos y psicológicos, de curiosidad, gusto por el riesgo y conducta desafiante. Los adolescentes buscan nuevas experiencias, con una cierta resistencia a las normas establecidas. No prestan demasiada atención a las advertencias sobre los riesgos sanitarios a largo plazo. Es normal experimentar y buscar nuevas sensaciones y emociones durante esta época. Cuando entran en contacto con ciertas sustancias tóxicas, los adolescentes pueden dejarse arrastrar por sus efectos eufóricos, estimulantes o sedantes.
El consumo ocasional de una sustancia no supone necesariamente una adicción. Sin embargo, el consumo en edad joven es un factor negativo que incrementa el riesgo de adicción.
Las adicciones son patologías cerebrales definidas como una dependencia de una sustancia o hábito, con consecuencias dañinas. Las sustancias adictivas más comunes son el tabaco y el alcohol. A continuación aparece el cannabis y, a mucha distancia, los opiáceos (heroína, morfina), la cocaína, las anfetaminas y los derivados sintéticos. Entre los hábitos adictivos figuran las apuestas, los videojuegos, el sexo, las compras compulsivas o los deportes sin supervisión o escasamente regulados.
El diagnóstico de adicción (o dependencia) se basa en criterios claramente establecidos por organismos internacionales de salud mental. Dichos criterios incluyen la pérdida de autocontrol, la interferencia del consumo en el rendimiento académico, o el consumo prolongado, a pesar de que se le advierta de los problemas que acarrea.
¿Cuáles son las principales clases de adicciones propias de los adolescentes?
Durante la adolescencia el cerebro está aún inmaduro y, por ende, más vulnerable. Cuanto más temprano empieza el consumo, más perjudiciales son los efectos a largo plazo.
ALCOHOL Algunos adolescentes consumen grandes cantidades de alcohol, por ejemplo en botellones. Las consecuencias inmediatas pueden ser muy severas y pueden desembocar en un estado comatoso, en cuyo caso se requerirá atención urgente inmediata en un centro hospitalario. El consumo ingente de alcohol puede ocasionar la destrucción de dos o tres veces más de neuronas que en un adulto y afecta a la creación de nuevas neuronas. Además, el consumo prematuro de alcohol antes de llegar a ser un adulto joven en torno a los veinte años, duplica el riesgo de alcoholismo.
TABACO El consumo de tabaco incrementa el riesgo de enfermedades como cáncer, bronquitis crónicas y cardiopatías. Tanto los progenitores como los propios adolescentes suelen ignorar dichos riesgos, ya que sólo se manifiestan a muy largo plazo, varias décadas después de empezar a fumar.
CANNABIS El consumo habitual de cannabis ralentiza el desarrollo neuronal y afecta a la cognición (la capacidad de pensar y memorizar), por lo que afecta al rendimiento académico, la motivación, la asunción de riesgos y las capacidades psicomotrices. Además, aumenta la probabilidad de trastorno psiquiátrico. Fumar cannabis incrementa los efectos perjudiciales de otras sustancias consumidas, como el alcohol o las anfetaminas, y las consecuencias pueden ser muy graves si la persona conduce un vehículo o un ciclomotor bajo sus efectos.
HÁBITOS ADICTIVOS Los adolescentes pierden la noción del tiempo y gastan una cantidad inapropiada de tiempo en el hábito en cuestión. Además, abandonan aficiones, sus relaciones sociales sufren y algunos pueden incluso faltar a clase. Cuando los adolescentes no tienen acceso al hábito en cuestión, se nota en su estado de ánimo; pueden mostrarse tristes, desafiantes o incluso agresivos.
¿Cuáles son los signos de advertencia?
SIGNOS FÍSICOS Algunas sustancias crean dependencia física. La interrupción del consumo conlleva signos físicos que reflejan un "síndrome de abstinencia", que puede variar según la sustancia consumida: · Hambre (tabaco). · Temblores (alcohol). · Dolor y transpiración (opiáceos como la heroína, metadona y otras drogas a base de codeína). SIGNOS PSÍQUICOS Un adicto no puede vivir sin el consumo de la sustancia. La abstinencia se acompaña de nerviosismo, ansiedad y sensación de malestar. Todo consumo de una sustancia o práctica de un hábito que pase a ser regular y cambie el estilo de vida (tal como un aislamiento de la vida social) puede considerarse un signo de alerta de adicción, en particular la dependencia genuina de una sustancia o hábito. En el caso de adolescentes en edad escolar, hay que prestar seria atención a cualquier bajón de rendimiento académico.
¿Cómo evitar las conductas de alto riesgo?
La dificultad de la prevención reside en la identificación de conductas de alto riesgo, sin sobreactuar cuando un adolescente experimenta, pero sin ignorar tampoco esos casos iniciales de consumo.
· Prevenir el comienzo del consumo de sustancias o retrasar la edad de inicio: Los progenitores desempeñan un cometido esencial en este primer método de prevención. Por ejemplo, no debe introducirse alcohol en el hogar familiar hasta el final de la adolescencia. Los inevitables videojuegos no deberían retrasar el momento de ir a dormir, incluso para los muy jóvenes. Es aconsejable que cuando sea necesario se retiren todos los dispositivos digitales, tabletas y teléfonos de las habitaciones de niños menores de quince años y se trate de supervisar su uso —con su consentimiento— a partir de esa edad.
· No interrumpir nunca el diálogo entre progenitores e hijo: La atención de los progenitores en esa edad de inflexión de la adolescencia es la mejor protección frente al abuso. Se deben llevar a cabo actividades de ocio juntos para entender mejor las expectativas del adolescente y para mantener el trato.
· Evitar el uso habitual: Mejorando su detección y actuando a tiempo. Un bajón del rendimiento académico y el aislamiento social respecto a sus compañeros son signos que deberían alertar a los progenitores.
· Evitar que se dañen la salud y las relaciones sociales: Una primera experiencia de expatriación para adolescentes de entre 12 y 18 años puede entrañar riesgos. En una edad en que los adolescentes sienten que pertenecen a una pandilla de amigos, se les debe apoyar al mudarse a otro país para evitar que surjan conductas de riesgo. La expatriación debe aceptarse íntegramente como una oportunidad por todos los miembros de la familia.
¿Qué hacer?
En el caso de las sustancias, la edad es un factor agravante que incrementa el riesgo de adicción. Por lo tanto, la edad de iniciación debe postergarse todo lo posible. La detección temprana es la única estrategia de prevención efectiva. El principal recurso para ayudar a un adolescente es la familia: estar ahí, hablar con él, interesarse por sus actividades, hacerle sentir bien consigo mismo y brindarle consejo son la mejor protección frente al riesgo de adicción. Cuando un adolescente desarrolla una adicción, los progenitores suelen sentirse desvalidos y no saben cómo afrontar el problema. En ese caso, el adolescente y los progenitores deben buscar ayuda:
Sesiones psicológicas o psiquiátricas: Hay varios tipos de terapias. - La terapia cognitivo-conductual plantea estrategias alternativas para lidiar con situaciones que contribuyen en la transición a una adicción. - El psicoanálisis trabaja el fomento de la confianza en uno mismo. - La terapia familiar asesora a los progenitores.
Hospitalización de media o larga duración: Cuando la atención ambulatoria es insuficiente, la hospitalización puede lidiar con todas las repercusiones físicas y psíquicas de la abstinencia e incluso ayudar a los adolescentes a reanudar sus estudios.
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